La crisis de valores


Se sabe que continuamente se está hablando de una crisis(1) de valores, que muchas veces se asocia a una crisis de la familia. Y ciertamente, a pesar de que la familia es la más antigua forma de organización humana y tal vez el ámbito social donde mayor fuerza tienen las tradiciones y la tendencia a su conservación, esto no significa que no cambie y que sea una entidad siempre idéntica a sí misma, dada de una vez y para siempre.



Los cambios en la familia, por supuesto, se insertan dentro de determinados cambios globales de la sociedad. Hoy mismo estamos viviendo en un mundo muy dinámico, matizado por el tránsito hacia lo que se ha dado en llamar Posmodernidad. Y esta transición representa un cambio en la interpretación de los valores.


Hay toda una serie de valores, vinculados a la Modernidad, que comienzan a entrar en crisis. Ya no existe la misma confianza en la razón, en el progreso, en la ciencia, en la técnica. Se instaura cierta ideología de la desesperanza; pierden fuerza las utopías, los sueños en un cambio progresivo, en la posibilidad de alcanzar una sociedad más justa. Claro que todo esto está asociado a la situación internacional prevaleciente.




Decimos que hay una crisis, desde el momento en que nos encontramos en un tiempo marcado por la prisa, dónde la efectividad y la productividad son las aptitudes más valoradas en los seres humanos, quitándoles a éstos dicha categoría, mecanizándolos y sistematizando su trabajo, dejando de lado la reflexión sobre su acción y por ende, impidiéndole su evolución.


La crisis entonces, se constituye en base a las limitaciones que tienen los individuos para actuar, en no identificar los límites entre una acción y su reacción y sobre todo, en el miedo al rechazo por parte de la sociedad.


Los valores, como bases para el pensamiento y la acción del hombre, se ven difusos y confusos, y por tanto, el hombre pretende que éstos ya no son importantes, que los actos que me colman de beneficios y comodidades, con las clases dominantes de la sociedad, serán los que en verdad vale la pena realizar.




Nos encontramos frente a un hombre en tinieblas, dónde la sociedad posee máscaras dificilísimas de penetrar, pero que con la voluntad de un sólo individuo -
y que éste, reconociendo su individualidad, tanto física, como mentalmente, actúe no sólo en su beneficio, sino considerando un bien para todos, porque mediante los otros somos y nos vamos construyendo-, superaremos toda prueba.

Pensar en valores, es pensar en una red de sujetos, que al acercarnos a alguno de sus terrenos, podemos trastocar su ideología con nuestras palabras y acciones, y es tarea del pedagogo, hacer accesible cada uno de los contextos que conforman la realidad familiar, social y escolar.
 
Esto, con la finalidad de que podamos desarrollar una mirada de comprensión, que nos permita la otredad, es decir, vernos desde la perspectiva de los otros, pero no para actuar igual que los otros, sino para interpretar su sentir frente a nuestros actos y ser capaces de ver la pequeñísima división entre libertad y libertinaje.



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(1)Viktor Frankl define a la crisis como neurosis noógena queriendo indicar que la carencia de sentido es quien sumerge al hombre en la “consciencia penosa” propia de la neurosis. La falta de valoraciones conduce pues a la falta de sentido y a la enfermedad de la vida, en relación a esto C.G. Jung dijo” la falta de sentido en la vida impide la plenitud y por ello supone la enfermedad.

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U.N.A.M. - FES-Aragón - Lic. Pedagogía - 5° Semestre - U.C. Ética y Práctica profesional del Pedagogo - Grupo: 1503 - Elaborado por: Belem Azpeitia, Dulce Jaramillo, Diana Juárez y Diana Rodríguez